Sin tiempo que perder tras culminar su odisea política sin precedentes en Estados Unidos con un histórico triunfo en las elecciones del 4 de noviembre, Barack Obama se ha dedicado casi desde su primer día como presidente electo al empeño de transformar sus muchas promesas en planes de gobierno viables y responder a toda una larga lista de grandes retos como el de Afganistán. Es decir, lo que se ha descrito como la transición necesaria entre la poesía de hacer campaña y la prosa de gobernar.
Con la prioridad de resucitar el añorado binomio de paz y prosperidad logrado durante la Administración Clinton, no ha faltado incluso ocasión para inmediatos ejercicios de grandilocuencia histórica. Ya que algunos analistas e historiadores empezaron desde ayer mismo a identificar la actual situación de Estados Unidos como la más grave desde la elección del legendario Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión ya a las puertas de la Segunda Guerra Mundial.
El propio Barack Obama, en su discurso de celebración a media noche y ante una desbordada multitud congregada en el parque de Grant del centro de Chicago, ha reconocido todo ese precipicio existente entre el contagioso optimismo generado por su elección y los sustanciales problemas que le aguardan en el Despacho Oval: «Incluso mientras celebramos esta noche -dijo ante más de 100.000 seguidores- sabemos que los retos que vendrán mañana son los más grandes de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera en un siglo. Tenemos nueva energía que aprovechar y nuevos trabajos que crear, nuevas escuelas que construir y amenazas que afrontar y alianzas que reparar».
En contraste con otros antecesores, incluido el propio Bill Clinton que al desembarcar en la Casa Blanca optó por concentrarse en cuestiones económicas y de política doméstica, Barack Obama no se puede permitir el lujo de arrinconar y olvidar los desafíos internacionales acumulados por Estados Unidos durante los últimos ocho años. Desde la amenaza terrorista global, a las inquietudes planteadas por una Rusia cada vez más autoritaria y desafiante, pasando por cuestiones de proliferación nuclear. Aunque con diferencia, las dos cuestiones principales son las guerras heredadas de Irak y Afganistán.
Compromisos militares
Con respecto al frente bélico iraquí, Obama ha ganado las elecciones con el compromiso de una retirada gradual y responsable de todas las tropas de combate de Estados Unidos en el plazo de 16 meses. Con independencia de las negociaciones atascadas entre la Administración Bush y el gobierno de Bagdad para llegar a un acuerdo bilateral de seguridad. Una falta de entendimiento que posiblemente obligará a recurrir al Consejo de Seguridad para prorrogar el actual mandato de la ONU que ampara a los efectivos del Pentágono cuya vigencia termina este año.
Dos guerras, un planeta en peligro y la peor crisi financiera en un siglo
Por lo que respecta al frente de Afganistán, el compromiso del inminente presidente del Partido Demócrata pasa por enviar más tropas para frenar el resurgimiento de los talibanes y Al Qaida, que han convertido en su nuevo santuario las zonas tribales fronterizas de Pakistán. A su vez, una potencia nuclear con enormes problemas de estabilidad política y terrorismo que la Administración Bush ha dejado de considerar como un aliado fiable en la ofensiva global iniciada tras el 11-S.
El embajador saliente de Estados Unidos en España, Eduardo Aguirre, manifestó ayer a preguntas de ABC que aunque es cierto que Barack Obama y John McCain se han desmarcado durante la campaña sobre cómo abordar la asignatura pendiente de Irak, también es verdad que han mantenido un firme consenso en lo que respecta a Afganistán. Consenso que pasa por atender los consejos de los altos mandos militares del Pentágono sobre el terreno. Estos asesores castrenses, según el diplomático estadounidense que dejará su puesto en Madrid en enero, no hacen más que insistir en «trabajar más duro en combate, en la reconstrucción del país y en erradicar el proceso de la droga ilegal».
El embajador ha llegado a pronosticar que el nuevo presidente empezará por solicitar un esfuerzo mucho mayor a sus socios europeos. Según Aguirre, «Barack Obama pedirá a los aliados más tropas para desplegar donde haya combatientes (talibanes) y vencerlos. También pedirá más esfuerzo de reconstrucción de un país que está en el siglo XIX, o más atrás aún, y pedirá mayor implicación en la lucha contra la droga. Dudo mucho que Obama no se guíe por los asesores militares. Por eso Estados Unidos va a seguir presionando a los aliados de la OTAN para lograr un mayor compromiso personal en esos tres frentes».
En el frente económico, a diferencia del presidente Bush que en su primer mandato heredó un superávit histórico en las arcas públicas de Estados Unidos, Barack Obama se encuentra con una deuda nacional multiplicada, una plusmarca presupuestaria de números rojos, la peor crisis financiera desde los años treinta y una economía quizá encaminada a sufrir a la recesión más grave en veinticinco años. Además de precios disparados, niveles de crédito bajo mínimos, salarios congelados, destrucción de empleo y la confianza de los consumidores estadounidenses -responsables de dos tercios de la mayor economía del mundo- por los suelos.
Todas las operaciones de transición estarán dirigidas por tres hombres de confianza: Joh Podesta, Pete Rouse y Valerie Jarett
Revisión profunda
Entre las primeras medidas en cartera, quizá sin esperar a la constitución del nuevo Congreso en enero con ampliadas mayorías para el Partido Demócrata, el presidente electo Obama se plantea la posibilidad de lanzar un nuevo plan de estímulo económico con el respaldo de la Administración Bush en su recta final. O cuando menos lograr la aprobación de una primera fase de un esfuerzo de reactivación para la economía estadounidense que incluya mayor cobertura para los desempleados, ayudas sociales a las rentas más bajas, un mayor esfuerzo en gastos sanitarios e inversiones en infraestructura.
Aunque para enero tendrá que esperar todo lo relacionado con «Joe el fontanero». Es decir, una profunda revisión de la política impositiva y la prometida subida de impuestos para los contribuyentes con rentas por encima de los 250.000 dólares al año. Con todo, Barack Obama no ha identificado durante su campaña presidencial la necesidad de poner freno a los galopantes déficits acumulados por el gobierno federal. Situación que seguramente retrasará esfuerzos «al estilo de la conquista de la Luna» prometidos por el candidato demócrata en cuestiones como la sanidad o la energía. Además, la carencia de una súper-mayoría de sesenta votos demócratas en el Senado también promete fuertes emociones para la agenda legislativa de Obama.
Con el viento a favor
Ante las enormes expectativas generadas, el propio político afro-americano al celebrar su victoria en Chicago ha intentado frenar tantas esperanzas desbocadas haciendo un llamamiento para más unidad nacional y menos partidismo: «Puede que no lleguemos a nuestra meta en un año o incluso en un mandato de cuatro. Pero América, nunca he tenido más esperanza que esta noche que llegaremos. Os lo prometo, nosotros como pueblo llegaremos».
Entre sus credenciales, el presidente Obama podrá presumir de haber recibido más de la mitad (52,3% frente al 46,4% de John McCain) del voto popular por primera vez desde Jimmy Carter en las elecciones de 1976 tras la crisis de Watergate. Con aproximadamente 63 millones de votos para Obama y 56 millones para McCain. Lo que se ha traducido en 349 votos electorales frente a 147, mucho más allá del listón de 270 requerido por el peculiar e indirecto sistema con el que Estados Unidos elige a sus presidentes.
Para armar su requerido equipo de gobierno, Obama ha empezado por ofrecer a Rahm Emanuel, diputado demócrata por Illinois, el influyente puesto de jefe de gabinete de la Casa Blanca, equivalente a ministro de la presidencia. Con experiencia ejecutiva durante la Administración Clinton, Emanuel es considerado como un activista especialmente agresivo. Según han indicado fuentes cercanas a Obama, el nuevo presidente «quiere un policía malo para que él pueda actuar como policía bueno la mayor tiempo del tiempo».
Todas las operaciones de de transición durante las próximas diez semanas van a estar dirigidas por tres personas de confianza del nuevo presidente: John Podesta, ex jefe de gabinete de Bill Clinton; Pete Rouse, ayudante destacado en el Senado; y la asesora electoral Valerie Jarrett. Según el consejo público de Panetta para su nuevo jefe, el presidente Obama no puede retrasar la toma de decisiones difíciles.
discurso
Hace 15 años
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