domingo, 7 de diciembre de 2008

La educación en México: de la revolución a la modernidad
Al triunfo de la Revolución mexicana, sus dirigentes políticos (esa capa social de generales casi analfabetas y sus escribanos) se vieron en la necesidad de trazar un proyecto educativo para las masas campesinas y los pocos obreros que los habían acompañado en sus batallas. Ellos siempre tuvieron resquemores de los profesionistas y universitarios de su tiempo; casi nadie de esa clase intelectual se había comprometido con el movimiento armado; más bien simpatizaban con el portentoso desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas en el porfiriato, con su paz social y con las modas intelectuales que provenían de Francia y su Belle Epoque.
La revolución triunfante decidió que el esfuerzo mayor en materia educativa debería llevarse a cabo en los niveles de educación primaria. Su modelo educativo alcanzó su mayor esplendor en el cardenismo y su propuesta de educación socialista. Dicho modelo tenía en los maestros rurales no sólo a los alfabetizadores, sino a sus dirigentes políticos y a los intelectuales que luchaban contra el oscurantismo de la clerigalla. Los maestros rurales (y por extensión todos los profesores mexicanos) formaron la nueva clase intelectual revolucionaria. Para decirlo con un concepto de Antonio Gramsci: fueron los intelectuales orgánicos de la revolución mexicana. El modelo no estuvo exento de sufrimientos; los profesores estacados por las hordas cristeras en el Bajío son un ejemplo de todo lo que tuvo que remontar el esfuerzo educativo de la Revolución mexicana.
Como los obreros y campesinos no tenían recursos para enviar a sus hijos a las universidades, los gobiernos revolucionarios idearon las escuelas rurales que funcionaban con internado. Allí los hijos de campesinos no tendrían que preocuparse por la comida o pagar renta y todas sus energías podrían ser canalizadas a su entrenamiento como educadores. La misma lógica se siguió con los hijos de obreros: el Instituto Politécnico Nacional fue concebido con internado y comedores para que pudieran estudiar los hijos de las masas urbanas y rurales mexicanas. Además del apoyo asistencial, se distinguiría de las casas de estudios “de los señoritos” porque allí se educaría para el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas, no para la disquisición filosófica del rancio positivismo.
Comencemos la discusión. Es bastante obvio que con las dimensiones políticas, filosóficas y morales de una empresa a la que hoy podemos criticar, pero que fue majestuosa para su tiempo, el sujeto pedagógico de la educación mexicana no fue la niñez, ni los estudiantes o profesionistas sino TODO EL PUEBLO DE MÉXICO. Los generales revolucionarios y sus aliados comprendieron con claridad que la educación debería ser la piedra angular de la emancipación para los tiempos de paz, la herramienta para la transformación social mexicana. Lo dicen hasta la vez los dichos escolares: cuando a un niño se le olvida el lápiz el maestro casi siempre lo recrimina con la misma frase: “es como si fueras a la guerra sin fusil” (luego les platico lo que le dijeron a una amiga cuando perdió la regla). Por otros caminos, de disidencia al joven sistema revolucionario, los intelectuales organizados alrededor de José Vasconcelos llegaron a una conclusión muy parecida, plasmada en el hermoso, totalizante, sonoro y épico lema de la universidad nacional: “Por mi raza hablará el espíritu”.
II
Los mejores momentos de ese modelo educativo se dieron en una sociedad en plena transición (1928-1950). El reparto de tierras y la reforma agraria desplazaban grandes masas de campesinos que iban a convertirse con el tiempo en la nueva clase obrera mexicana. Liberadas de sus ataduras hacendarias, enormes extensiones de tierras fértiles ingresaban por primera vez con sus productos a un nuevo mercado nacional en formación. Dos objetivos cumplía la producción rural: tener los bienes de la canasta básica a precios accesibles para que a su vez la pujante industria mexicana pudiera contar con mano de obra barata y adquirir, mediante sus exportaciones, las divisas que necesitaba el desarrollo industrial. El otro apoyo para la industria venía del sector público: el petróleo nacionalizado, la electricidad subsidiada y la existencia del Instituto Mexicano del Seguro Social. Fue muy vigorosa la ampliación del mercado interno que tuvo lugar en ese tiempo; la sociedad y la economía se movían como una máquina bien aceitada, de engranes nuevos e idóneas bandas de transmisión.
La industrialización y urbanización que propició la Revolución mexicana fueron los mismos procesos que conspiraron contra el sueño educativo de los generales revolucionarios. Los egresados de las normales rurales y del Politécnico Nacional tendieron a echar raíces en las ciudades y el campo mexicano continuó (como sigue hasta nuestros días) teniendo un grave déficit educativo. Los maestros se transformaron en clase media, auspiciados por la producción de nuevos productos a gran escala y por la eclosión de los medios masivos de comunicación. (Ojo, no quiero decir que hayan dejado de ser pobres, pero son pobres de las ciudades y no del campo. Su nuevo estatus social tiene que ver con los fenómenos que se conocen como “efecto demostración”: lavadoras que se usan poco y refrigeradores vacíos).
III
Hay que rechazar cualquier interpretación del movimiento magisterial que aluda a un asunto gremial o de coyuntura. Si los revolucionarios casi analfabetas tuvieron una visión de Estado para atender el tema educativo, debemos reclamar que en las soluciones de ahora prevalezca una visión de largo aliento. El sujeto pedagógico de nuestro tiempo debe ser la sociedad mexicana, no la niñez, el alumnado o las necesidades de los profesionistas del mañana; mucho menos el legítimo gremialismo de sus docentes.
El movimiento magisterial está anclado en dos temas cruciales: el derecho a heredar las plazas y la evaluación de su desempeño. Afirman la prerrogativa y rechazan la evaluación externa. Es bastante evidente que se trata de un movimiento conservador, donde prevalece una visión gremial de la educación. Por su parte, las propuestas que hace el gobierno en el Acuerdo por la Calidad de la Educación son unilaterales y tienen un sesgo político; implícitamente se postula que algunas cláusulas de los contratos colectivos del sindicato de maestros son un anacronismo, pero se acepta firmar esos acuerdos con otra entelequia: la presidencia vitalicia del SNTE. Constituye una vergüenza nacional la existencia misma del término; tal vez en un gremio como los pepenadores o en campesinos analfabetas, pero en el más grande sindicato de América Latina, en la organización de nuestros trabajadores intelectuales es algo que ofende el sentido común.
IV
Las plazas no deben heredarse y los profesores deben ser evaluados. Ya hay evaluaciones internas y permanentes, nos dicen; pero son sólo simulación. Las evaluaciones se basan (tanto en los sistemas elementales como en la educación media y superior) en el número de alumnos aprobados y el promedio que obtienen. Desde que ello es así, se terminaron las calificaciones reprobatorias en el sistema educativo. En sentido estricto, la masificación de las universidades públicas no es un problema de la educación superior; es un problema de los niveles previos, que no tiene alumnos reprobados y que provee cada año una inmensa cantidad de mexicanos que buscan espacio en las instituciones de educación superior. Después queremos que la universidad resuelva problemas que tienen su origen en otra parte del sistema, no en ella misma.
Tal vez ahora no pueda ser una visión de Estado la que inspire la reforma, el país es plural y hay una realidad que nos acota. La existencia de un amplio sector privado en la educación es una de esas restricciones, las divergencias ideológicas y el desarrollo desigual serían otras. A una sociedad plural corresponden soluciones plurales; lo que sí puede reclamarse a los actores principales del problema es que en sus propuestas prevalezca una visión amplia, integral y de largo aliento. Pero la educación debe transformarse y adaptarse a un mundo que cambió desde hace rato. Posponer el cambio es apostarle al atraso por muchos decenios.
CORREO CHUAN
Escribí Valle del Yaqui y evoqué tu tierra, el esplendor sofocante de los trigales alumbrados apenas por los atardeceres tenues de los cerros. Allá el sol se mete por las montañas y amanece por el océano, como si quisiera bañarse en tu mar oscuro y frío. Sentí tus manos de mujer trabajadora y la media sonrisa con la que se evocan los amores imposibles. El correo chuan dice que la reforma educativa o es plural, integral y con visión de altura o no será. Trae también el recuerdo de otros atardeceres en el Valle del Yaqui. Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.

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